Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

jueves, 24 de agosto de 2017

Paredes de papel. «Muro con inscripciones» de Jorge Riechmann


MURO CON INSCRIPCIONES, de Jorge Riechmann 
DVD poesía, Barcelona, 2000 

Algunos poetas han tenido una idea aristocrática de la poesía y han anhelado para ella un destino superior. Tal vez Juan Ramón Jiménez sea, en todas sus etapas, el mejor ejemplo. En la misma época, sin embargo, otros poetas la encaminaron hacia destinos menos elevados. Antonio Machadose la llevó a Soria, la sentó en su mesa de profesor de francés y le presentó a una muchacha sin fortuna que se llamaba Leonor. Así, quien acostumbró a la poesía a viajar en el mismo vagón de tercera que él, pudo alojarla con naturalidad en su pensamiento cuando sintió esa necesidad. Y en el despojamiento de las formas tradicionales Machado encontró la rotundidad que buscaba para expresar poéticamente ideas antes que sensaciones. 
    El ejemplo de Antonio Machado resulta de gran utilidad para comprender el camino por el que Jorge Riechmann (1962) ha llegado hasta este Muro con inscripciones. Quien conozca sus libros anteriores sabe que Riechmann pertenece a esa estirpe de poetas que sientan la poesía a su mesa, en cualquier lugar que se encuentre. De hecho, algunos lectores han sido sorprendidos por la capacidad para lo sublime de este poeta que puede descender en el poema siguiente al barro de la situación más prosaica y coyuntural. Incluso se lo han censurado sin darse cuenta de que en esta simbiosis de extremos —no renunciar a la altura ni a los subterráneos— se encuentra uno de los rasgos que caracteriza la obra de Riechmann desde sus primeros libros. 
    Riechmann no es un autor epigramático. Sus poemas suelen ser extensos y desarrollan siempre las sensaciones, imágenes o ideas de donde parten con cierta exhaustividad. Muro con inscripciones supone una inflexión, o tal vez una experiencia nueva, en el conjunto de su obra. Se observa en este libro la misma necesidad que sintió Machado por expresar un pensamiento de una forma más rotunda y concentrada; si el autor de Soledades recurrió al aire desnudo de la copla, Riechmann apela a la sequedad y contundencia de los mensajes escritos en las paredes: «El trazo atento y rápido, porque quien pinta sobre el muro puede ser descubierto» —dice una nota de cubierta. Pero por debajo de esta intención late la experiencia machadiana, que aflora en versos intertextuales («Lo nuestro es andar / desnudos...») o en una sintaxis próxima a los «Proverbios y cantares». Y este vínculo del que parte el libro (es perceptible sobre todo en los ocho primeros textos) le proporciona el género poético al conjunto: el lector sabe que ha de situarse frente a una expresión directa de un pensamiento, paradójico y elíptico, que va a brillar un único instante como un petardo en la noche de San Juan. 
    Riechmann recoge en su Muro con inscripciones tanto la aspereza de la consigna directa sobre los muros como el ramalazo lírico en el reverso de las puertas. La intervención política, la denuncia de las contradicciones del sistema capitalista, la defensa del medio ambiente y de la belleza del mundo... son sus temas predilectos, pero también hay aquí certeros poemas de amor («Hace años que vivimos juntos / pero si abres los ojos ahora / sé que veré una luz desconocida»), apuntes personales, bastantes reflexiones sobre poética y algunos destellos líricos («Un triángulo de sol y una naranja /dan lumbre al viaje suspendido / dominical; el tiempo / viene a lamerme las manos mansamente»). Y no faltan en el conjunto textos extemporáneos que parecen lindar con otros subgéneros anónimos, como el piropo: «Las ciudades son rostros de mujer. / Si una ciudad existe, es un rostro de mujer».

[El Ciervo nº 592-593. Julio-agosto de 2000]

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