Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

sábado, 30 de septiembre de 2017

AFTER PESSOA


EXTRAÑO EXTRANJERO. 
 UNA BIOGRAFÍA DE FERNANDO PESSOA, 
 de Robert Bréchon. 
Alianza Literaria. Madrid, 1999

El Diario de León publicó en 1985 un artículo donde se afirmaba que Fernando Pessoa no había existido, que era la invención de un grupo de escritores preocupados por la escasa atención prestada en Europa a la literatura portuguesa. A João Gaspar Simões le había tocado, en esta conspiración, crear la vida del lisboeta, mientras los poetas de su generación se repartían los heterónimos. Gaspar Simões, ya octogenario, salió al paso de la broma con un artículo en serio de dos páginas en el Diário de Notícias de Lisboa (12-V-1985) donde afirmaba: «Pessoa existió, yo le conocí». La verosimilitud del juego residía en que nadie, tras su monumental biografía (Vida y obra de F.P.) de 1950, había logrado añadir nada importante sobre la vida de Pessoa. La biografía escrita por Bréchon permitiría, desde luego, mantener la invención.
    Desde hace años la crítica pessoana ha mostrado su malestar por el hecho de que la biografía de referencia sobre Pessoa sea un libro con tantos defectos —se dice— como el de Gaspar Simões. Se esperaba, casi con tanto afán como el autor de Mensagem aguardaba el Quinto Imperio, la «gran biografía» que apartara para siempre este estigma —dicen—de la bibliografía del genio. ¿Sería el libro de Bréchon el esperado? Sus más de 600 páginas albergaban esperanzas. En el prólogo da pistas: «En ocasiones me han hecho sonreír alguno de sus análisis [de Simões] de un freudismo elemental». Sin embargo poco a poco la esperanza va desvaneciéndose. Por ejemplo, acusa a Simões de sólo dedicar 20 páginas a la estancia de Pessoa en Durban (1896-1905), que él liquida en 14. De una fotografía escolar de Pessoa dice Simões que «tiene aspecto enfermizo, la mirada desafiante y la sonrisa triste», y esta descripción le parece a Bréchon insatisfactoria, pues lo que muestra la fotografía «es la belleza de ese pequeño ser y la calma infinita –la calma del infinito—que se desprende de su postura, por otra parte convencional». Y aquí el lector empieza a dudar del biógrafo: ¿una postura convencional es capaz de transmitir la calma del infinito (suponiendo que se sepa cómo es el infinito)? Y quien se sonreía de los análisis freudianos del maestro, suscita la hilaridad de quien lee los suyos: «otra foto representa a su hija Vera [del director del colegio donde estudió Pessoa en Durban], ya casi adulta, a punto de montarse en una bicicleta en el patio del liceo. ¿La vio Fernando, la miró, la deseó?» Parece algo exagerada esta especulación (¿la deseó?) sobre un niño de 12 años, sin duda precoz en sus estudios, pero no —al parecer— en otras facetas de la vida, pues el mismo Bréchon afirma en otro lugar su convicción de que Pessoa murió virgen. 
     No es un mal libro, sin embargo, esta biografía de Robert Bréchon. Lo que no ha conseguido su autor es que, al leerla, se olvide la monumental obra de Gaspar Simões, que va a quedar, igual que en la broma del Diario de León, como fuente biográfica indiscutible de la vida de Pessoa. Bréchon ha escrito una introducción a la vida y obra del lisboeta para lectores franceses (las comparaciones solo con la literatura francesa son constantes y no siempre acertadas), donde se cuentan algunos hechos con absoluto desprecio de la historia menuda del personaje y donde se describe el contenido de todas las obras de Pessoa, quien por cierto le escribe la mitad de las 600 páginas —que son citas. Lo hace con un estilo ágil, ameno, periodístico. Esto, junto a dos o tres análisis concretos excelentes (el de su prosa...), agota el capítulo de las virtudes.

El Ciervo nº 589. Abril de 2000

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