Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 2 de octubre de 2012

EMBLEMAS DE LA SOLEDAD. «Lo solo del animal», de Olvido García Valdés


LO SOLO DEL ANIMAL, de Olvido García Valdés
Tusquets Editores, Barcelona, 2012
En ocasiones la tradición ha enfrentado una poesía de dicción concreta, que se sustenta en los hábitos de la descripción y del relato, a otra de dicción abstracta que anhela, a partir de esa evidencia que se da por obvia, la construcción de un pensamiento. Un poema de Olvido García Valdés (1950), en la página 125 de Lo solo del animal, contempla ambas formas. Los primeros versos describen una estampa rural con «hombres desconocidos, sonoridad / ajena de la lengua, a lo lejos, al otro / lado del río…»; luego, tras escanciar dos versos, aparece la traslación abstracta de lo observado: «se hacen signos lo seres / cuando se desconocen, modo / del desamparo».
            Este paralelismo entre una y otra dicción no es frecuente en su escritura, pero sí ejemplifica bien su manera de desmantelar la vieja disyuntiva. En el poema lo concreto y lo abstracto se corresponden, aunque en su obra no se presentan con este paralelismo, sino como una oscilación. Lo escrito oscila entre descripciones y relatos («¿Cómo pueden, pregunto tras hacer relato, cómo pueden…»), y una dicción abstracta, elíptica, gnómica en ocasiones («la devoción nos deja inermes, carece / de propiedad de simetría»), y en otras con un tenue hermetismo que en lugar de excluir al lector, siempre le ofrece sugerencias en el límite de la comprensión, donde suele situarse la mejor poesía.
            Lo solo del animal es un ejercicio de contemplación de lo inmediato. Lo primero que destaca es la atención hacia los sonidos cotidianos que acompañan y pautan la vida. De hecho, las descripciones surgen a partir de lo escuchado antes que de lo visto. Esta inmediatez es captada como una imperceptible transformación. Muchos poemas están fechados en febrero y marzo, meses que deshacen el invierno sin anunciar la nueva estación, y se ubican en una casa y en un jardín donde se vive sin excesivas pertenencias, sin el peso de la memoria, casi de paso, o recién llegado o a punto de partir, y a donde, tal como sugiere el título, se acercan todo tipo de animales. A lo largo del libro hay espléndidos poemas entomológicos, otros ornitológicos, una pequeña colección felina y algunas lúcidas observaciones sobre reptiles. Todos estos animales resultan mínimos emblemas de la soledad: «Ella quedaba, el animal / en brazos, hosca en sí misma a causa / de la distancia…».

El Ciervo nº 737. Septiembre-octubre de 2012 

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