Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

miércoles, 18 de enero de 2017

LAS ROSAS DE LA URBE. «Las rosas de Hércules», de Tomás Morales


El hecho de que la colección Letras Hispánicas de Cátedra —especializada en ediciones anotadas de clásicos en lengua castellana— haya publicado Las Rosas de Hércules del poeta modernista canario Tomás Morales (1884-1921) produce una sensación agridulce. Grata, porque se trata de un libro extraordinario; triste, también, porque el volumen lleva el número 680 de la colección, y la espera a que se considere clásico en la península a un autor nacido y fallecido en Canarias ha sido, tal vez, demasiado larga. En las islas atlánticas causa desagradable sorpresa, e indignación, que se hayan publicado tantos trabajos críticos y antologías sobre el modernismo español que no incluyen ni citan a Morales, ni a los grancanarios Domingo Rivero, Alonso Quesada, Saulo Tulón o al tinerfeño Francisco Izquierdo, que forman ellos mismos la mejor antología posible del modernismo español. «La mejor poesía canaria de ayer y de hoy —escribe Eugenio Padorno sintetizando el sentir de la literatura insular— ha estado a punto de ser muerta por el filo de la marginación». Y en otro lugar: «la invisibilidad de la poesía canaria de todo tiempo no ha dependido tanto de las condiciones históricas de su hacerse, cuanto del desinterés, olvido o total desconocimiento del exégeta». Ideas estas que han sido escritas en Canarias y que posiblemente tampoco hayan llegado a la península. Esta edición de Tomás Morales anima el debate: ¿se puede seguir escribiendo la historia literaria desde el centro y para el centro? 
    Tomás Morales y su generación fueron los iniciadores de la modernidad cultural en las islas. Como ha escrito el autor de la edición —Oswaldo Guerra Sánchez— en otro estudio: «En el caso de Canarias ciudad y literatura “modernas” nacen prácticamente a la par». Existe un evidente paralelismo entre el desarrollo económico y urbano de Las Palmas y el literario. En las primeras décadas del XX acaso esta fuera una de las ciudades más dinámicas y cosmopolitas del país. No ha de resultar extraño que el fundador de una poética urbana moderna en la literatura española sea, por lo tanto, un autor canario. En el mismo momento en el que empieza la transformación de la ciudad moderna, cuando «la ciudad transmite cada vez menos la cultura de la sociedad y las expresiones simbólicas, y ha pasado a ser un lugar económico» —según la conocida observación de Antoine S. Bailly—, Tomás Morales describe el cambio con exactitud y sincronía: «Gente, / que detrás de medro corre / diligente y a tu seno el brillo de tu bolsa atrajo».
    El emblema mitológico que buscó siempre para su poesía, de raíz finisecular, no le impidió percibir la profunda transformación que vivió su época y darle una espléndida forma poética. La ciudad ya no puede ser una, como lo fue en la antigua concepción urbana, sino múltiple. Morales distingue tres: la ciudad comercial —«La calle de Triana»—, ajetreada, estrepitosa, cosmopolita; la ciudad residencial —«el barrio de Vegueta»—, silenciosa y provinciana; y la ciudad del mal —«Calle de la Marina»—, donde conviven «Tascas, burdeles; casas que previenen / con su aspecto soez». Tomás Morales supo absorber la mejor enseñanza parnasiana para ofrecer algunas estampas de la ciudad y del puerto que situó en crepúsculos matutinos, cuyo sentido simbólico no resulta causal: a diferencia de los tópicos modernistas, Morales encara siempre un mundo que emerge, no que declina; habla de una ciudad que integra, no que llora sus nostalgias, capaz de aclimatar incluso la fealdad industrial del momento: «mientras en los albores de la ciudad humea / la torre de ladrillo de alguna chimenea, / como un borrón vertido sobre el amanecer…». Bienvenida edición, ojalá sea el inicio.

[El Ciervo nº 721. Abril, 2012]

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