Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 7 de marzo de 2017

Encuentro con Rafael Pérez Estrada


Existe un hecho obvio que la sociedad literaria se empeña en relegar: el que toda obra artística es, en esencia, inesperada. Cuanto más inesperada —y por ello a veces incomprendida—, mayor es su importancia. Es obvio. El día a día de lectores y críticos, sin embargo, siempre está a la espera de algo —una generación, unas características, un libro parecido a otro—. Así es como se traiciona el espíritu esencial de la literatura. La poesía española de la segunda mitad del siglo XX cuenta con promociones, antologías y rimeros de rasgos comunes. Y alberga además algunos poetas que nacieron y escriben fuera de lo previsto, autores inesperados entre los que brilla por la originalidad de su poética Rafael Pérez Estrada. 
    La obra literaria de Pérez Estrada se inicia en 1968 en el ámbito del teatro y la narrativa de vanguardia. Sus primeros títulos fueron leídos sobre todo por los autores más jóvenes, que buscaban referencias en contra del realismo. Le vieron como una isla en medio de la uniformidad. «En [la obra de Pérez Estrada] encontrará siempre estímulos a la imaginación aquel que está cansado de los caminos trillados, el que busca intuiciones y sugerencias antes que soluciones, el que cree en el poder detergente del ingenio» escribió Guillermo Carnero en 1976. 
    En 1985 la publicación del Libro de horas supuso una refundación completa de su obra, que desde entonces se adentra en el vasto orbe de lo poético. A este le siguieron otros títulos también impresos en las primorosas y restringidas ediciones de Ángel Caffarena, que sólo más tarde se reunirían en Libro de los Reyes (1990). En la década de los noventa Pérez Estrada ha publicado algunos libros singulares como El tratado de las nubes (1990), La sombra del obelisco (1993) o El domador (1995). En 1997 aparece una novela, Ulises, o el libro de las distancias, donde el autor engasta en la estructura de un libro de viajes su peculiar mundo poético; y en 1988 Pequeño teatro recopila las piezas que en este género combinan una acción dislocada y trepidante con un delicado lirismo. Una pequeña muestra de su poesía puede leerse en la antología El ladrón de atardeceres (1998), editada en una colección de libros populares. El grito & Diario de un tiempo difícil, último título de Rafael Pérez Estrada sumerge ahora su universo áureo y utópico en la infelicidad. 
    Su poética, auténticamente inesperada, se asienta en tres firmes convicciones: en la imaginación como fuente única y único fin de la literatura, en la brevedad erguida en sistema de pensamiento poético y en la infidelidad a las normas que rigen los géneros literarios, siempre que favorezca su mezcla y confusión. La imaginación pura no excluye que la vida fluya en su interior, sino al contrario; la imaginación se propone como artificio de goce estético capaz de señalar con su brillo verbal y su sorpresa el camino de la utopía que desvela lo más sensible de la condición humana, su capacidad de fantasear. «Sólo sé que, si abro el poema, deberá sangrar» dice uno de sus aforismos, que él denomina brevedades. Italo Calvino ha afirmado que «En los tiempos cada vez más congestionados que nos aguardan, la necesidad de literatura deberá apuntar a la máxima concentración de la poesía y el pensamiento». Reflexiones así justifican la Pasión de lo Breve que anima a Pérez Estrada, pero explican también otra virtud del lenguaje imaginativo, que se podría enunciar así: ante el deterioro del lenguaje sometido a la tortura implacable del uso, la literatura deberá proponerse la reconstrucción del mundo fantástico que cada palabra oculta y sólo muestra en contactos léxicos originales, no hollados por los clichés, las convenciones y las mentiras. 
    «Soy un descreído en la eficacia aislada de los géneros literarios», afirma Rafael Pérez Estrada y concluye: «Existan o no, su utilización debe ser múltiple y acumulativa». Así, los recursos narrativos —como la creación de personajes— se mezclan con un lenguaje enamorado de las metáforas que se reviste en ocasiones con la sobriedad del ensayo erudito y en otras con las artes expresivas de los viejos libros de ciencia medievales o los manuales de geografía árabes. Un territorio textual inesperado que ha abolido las fronteras de género, y también de la realidad. 

[1999]

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