Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

domingo, 20 de noviembre de 2016

NOVELA DE POETA. «Estiércol de león», de Manuel Mantero


Se suele utilizar la expresión «novela de poeta» para descalificar un subgénero narrativo que utiliza un lenguaje artificioso, retórico (no en el sentido clásico del ingenio, sino en el moderno del abuso) y pretencioso. Se utiliza la expresión «novela de poeta» pero, la verdad, yo no conozco ninguna novela escrita por un poeta que se ajuste a estas características. Siempre he tenido la intuición, sin embargo, de que existían las «novelas de poeta», aunque lejos del engrudo lingüístico. Siempre he creído que la formación del poeta le llevaba a escribir un tipo de novela que no se ajustaba con el modelo canónico establecido por las novelas de los novelistas (si es que puede hablarse en estos términos, de los que tampoco estoy muy seguro). Hasta ahora no había encontrado ninguna novela que me permitiera aclarar esta intuición. Hoy ya sé lo que caracteriza —en esencia— una novela de poeta. Por decirlo con dos palabras: es una narración «fosterianamente inestable».
   Foster dejó bien inventariados los elementos de la narración que parecen inherentes a su existencia: narrador, punto de vista, espacio, tiempo, estructura, personajes... La diferencia entre una novela y una «novela de poeta» es que en la narrativa todos los elementos fosterianos conforman una decisión apriorística del escritor que afecta a toda la novela. Por muchos cambios de narrador, espaciotemporales, de personaje, estructurales que este idee, todos ellos se ajustan a una cohesión impecable (porque si peca, sabe que el crítico se lo va a recriminar), es decir, una cohesión fosterianamente estable.
    La novela que me permite establecer el paradigma de la novela de poeta es Estiércol de león, publicada en 1980 por Manuel Mantero, y ahora reeditada en el volumen dos de sus Obras completas (rd editores, Sevilla, 2008). Esta novela contiene todas las características propias de una novela de poeta. La primera, está escrita en lenguaje narrativo; es decir, no es un poema en prosa, ni un remedo de sonoridades etílicas. Es una novela. Sobre eso no hay duda. Luego: «de poeta» ¿Por qué? Por la inestabilidad de los elementos constitutivos de la narración, cuya definición no depende de esta, sino de cada uno de los fragmentos que la constituyen. Se alterna, sin valor estructural, primera y tercera persona. El tiempo no respeta la comprensión de ninguna acción. El espacio se crea en cada fragmento. La estructura atiende más a lo connotativo que a la denotación de un planteamiento-conflicto-desenlace. Los personajes aparecen y desaparecen sin dar cuentas al lector. Y de los principales vamos obteniendo datos desordenados, dispersos, no acompasados por una acción determinante. El narrador crea un marco narrativo lo suficientemente amplio como para suscitar en el lector expectativas más amplias que las que exige la intriga. Y dentro de ese marco, el escritor se mueve por impulsos que, se adivina, proceden de la biografía, de la crítica social, de la expresión de sentimientos... y se van mezclando unos con otros, formando el cuerpo de una narración que no crece linealmente hasta un desenlace, sino verticalmente, hacia las simas del significado de la historia. A estas características, que Manuel Mantero ilustra de manera espléndida en Estiércol de león, se les puede denominar elementos fosterianamente inestables. Y esta es la verdadera razón de un subgénero narrativo aún por clarificar y clasificar que es, ahora dicho en sentido positivo, la «novela de poeta».

[Inédito]

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