Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 29 de noviembre de 2016

José Viñals (1930-2009)


Antes de aparecer en las librerías la primera edición de Animales, amores, parajes y blasfemias (Valencia, 1998), José Viñals había publicado en España todos sus libros, editados e inéditos, en tres volúmenes de una Poesía Reunida (Jaén, 1995) cuya existencia sólo pudo deberse a uno de esos milagros (laico, pero milagro al fin y al cabo pues se produce frente a la racionalidad devastadora del mercado) que de vez en cuando se permite la edición de libros por ser aún más artesanía que industria. Milagro fantasma, también, porque el triple volumen sólo fue visible para muy pocos, a quienes les llegó casi por la misma vía por donde se difundieron, en su época, los manuscritos de Garcilaso. Hay un paso por la imprenta que no consigue levantar a los libros su condición de inéditos.
La primera edición de Animales, amores, parajes y blasfemias y la novela Padreoscuro (Barcelona, 1998) atrajeron inmediatamente la atención de aquellos lectores que aún permanecen despiertos, no por impuesta vigilia sino por el simple deseo de satisfacer su curiosidad en un mundo abotargado, exhausto y sonámbulo. Este momento resultó ser, además, un mirador óptimo para contemplar cómo crecía la obra de Viñals, tanto hacia el pasado como hacia lo venidero.
   Hacia atrás se contempla ese milagro de la Poesía Reunida en Jaén, que convoca las tres épocas biográficas y artísticas del poeta antes del 98. José Viñals nació en una aldea de la provincia de Córdoba, Argentina, el año 1930, hijo de emigrantes españoles —padre catalán y madre extremeña— que allí se conocieron. En Argentina publicó sus dos primeros libros de poesía: Entrevista con el pájaro (1968) y Coartada para Dios (1970), en la editorial Losada de Buenos Aires. Ambos están escritos ya con los rotundos versículos que caracterizan Animales, amores, parajes y blasfemias. Desde el principio se desvelan ahí las razones de la escritura («palabra, voz, poema, pequeña casa contra los miedos de la noche») y su clarividencia («Oh, amada, emprendimos la muerte, la triple muerte de los hijos...»). Ahí están ya sus temas y los tonos de una poética hermética y sensual al mismo tiempo, intensamente lírica y abierta a todas las esquinas de la naturaleza: «¿Y quién dará alimento a los polluelos, aquéllos en quienes se satisface mi alma?».
   Si acaso se echa de menos algo en los dos primeros títulos es sin duda su insobornable ironía, que surge más tarde acompañando la irrupción en su poética de gestos narrativos (diálogos, anécdotas circunstanciales, reiteraciones...), convenientemente saboteados («Como amante me identifico con el poeta que pone abajo lo de arriba» o viceversa, cabría añadir), en los años colombianos (1970-1972). Y conforme la trama verbal se vuelve más permeable, en su interior se intensifica al mismo tiempo la voluntad de concentrar pensamiento —poético, filosófico, social...— en las entrañas de los versos. Jaula para Juan y 72 Lecciones de ignorancia, los títulos de esta época, son dos libros mayores que albergan sorprendentes intuiciones sobre la poética contemporánea.
   Desde 1979 José Viñals vive en España (en Jaén, en Málaga, ahora de nuevo en Jaén). El cambio de continentes parece haber producido también un hiato en la creación poética. Sólo la retoma a partir de 1985 —tantos años después de los impresionantes libros escritos en Colombia, y sin embargo entonces aún inéditos—, y lo hace con la vacilación que se advierte en ciertas decisiones formales: un versolibrismo blanco, cimentado en versos tradicionales (heptasílabos, eneasílabos, endecasílabos), que camina desde el gusto por el arte menor en Telón de boca hasta la progresiva extensión métrica que se observa en Doble concierto para laúd y fémur. Dos títulos que nombran un período de transición y seguramente de duda. A continuación Alcoholes y otras substancias recobra el versículo como forma decisiva de la poesía de Viñals y con él regresa a sus poemas el antiguo vigor verbal, la incisiva ironía, la sensualidad desbordada... Este marca el inicio de un período en el que se inscriben los dos libros ahora reeditados, Animales, amores, parajes y blasfemias y El cielo. Hacia lo venidero es previsible contar con sorpresas que ya se anuncian, como Milagro a milagro, y también lo que depare las incursiones del autor en otros géneros (relatos, novelas y también aforismos).
   Leónidas, el oscuro padre sobre el que gira la novela de Viñals que se editó el mismo año que Animales, amores, parajes y blasfemias, cuenta que a él el gusto por la poesía le llegó a través de su madre, que sabía muchas poesías populares que recitaba «por las noches, al sereno». Este escueto pero certero aprendizaje le permite a Leónidas esbozar una mínima teoría: «yo creo que los poetas no enseñan ni tienen pedagogía de lenguaje; que lo que de verdad hacen es relacionar cosas que nadie se da cuenta de que estén relacionadas, como un ojo de caballo y una ciruela negra mojada en agua, con lo que hacen más gustoso el conocimiento del mundo». El propio poeta no encontraría palabras más claras que su personaje para definirse. Gustoso es, en efecto, la primera característica de este libro que ahora alcanza su segunda edición. Todo en él apunta hacia una sensualidad plena. A veces es gusto lingüístico en relaciones inusitadas de palabras, otras es acumulación de referentes que desprenden sensorialidad, y en no pocas ocasiones el placer procede de sensaciones provocadas por ideas reveladoras. La sensualidad que inunda los versículos de Viñals deriva con frecuencia hacia una sexualidad pagana y festiva, o hacia una escatología que no contradice lo sensorial, sino que le da un poso de angustia que flota en el fondo de todos los poemas: «los ojos van sin sombra, mas sombra llevan en los intersticios». La ironía, una ironía ácida y amarga, se ocupa de ocultar las sombras.
   Dos recursos técnicos apoyan esta apelación a los sentidos. Uno es la acumulación precisa de elementos que connotan el sentido que se evoca. En un poema, «Caronte», este recurso aparece explícito: «Emblemas de la noche, el faisán y la garza, la lechuza silente, el lobo de los lobos, el señor del aullido». Una acumulación que esquiva bien el peligro de gratuidad porque apela siempre a lo concreto y a lo inusual. El segundo recurso es más sutil y consiste en la impregnación en el cuerpo central del texto del ambiente mediante rasgos secundarios o de poco relieve que sin embargo contribuyen a crear una impresión más amplia y sensual de la imagen evocada. El mismo texto arriba citado empieza así: «La embarcación sombría desciende el río de la muerte. Son de labrada plata fría los remos, de madera tallada la proa decidida. De cadáver oscuro es el barquero, de ajado terciopelo el trono solitario.» El cuerpo central del versículo aparece trazado con expresiones rotundas (el río de la muerte, cadáver oscuro); sin embargo la impresión más honda del versículo la dictan otros elementos secundarios, accidentales en apariencia: la madera tallada de la proa y el ajado terciopelo.
   Junto a estas características de estilo, la poesía de Viñals destaca por crecer con «el gesto elíptico y las nociones indirectas» que presagiaban tanto las palabras de Leónidas como la estela de Saint John Perse que se adivina, aunque con una escritura sin exclusiones estéticas de partida. Hay poemas que transparentan un origen en la experiencia y aún en el testimonio, como el extraordinario que dedica a «Barcelona», o «Sanatorio», o el tremendo «Buenos Aires»; hay poemas que no ocultan un culturalismo en su raíz o en su desarrollo; hay poemas con una evidente voluntad de intervención social; y hay poemas que reflexionan sobre los temas de la poesía lírica: el amor, la muerte, el tiempo. Estos últimos tal vez sean los mejores en un conjunto que no ahorra esfuerzos para lograr el sobresalto continuo del lector.
   El cielo, que en 1999 vio una minúscula edición de cien ejemplares realizada por la librería malagueña El árbol de Poe, resulta paradigmático de este virtuosismo polifónico de Viñals. Empieza por definir y concentrar el símbolo sobre el que va a indagar, «Llamo cielo a lo que otros llaman memoria» para inmediatamente dispersar su red de significados desde las alturas de la filosofía hasta el suelo encenagado de lo social, pero regresando siempre al símbolo central.
   Sin duda hoy día es José Viñals uno de los poetas más interesantes en lengua castellana. Su obra muestra una solidez incuestionable que no cesa en su ensanchamiento. Su nombre circula entre lectores con insistencia y algunos editores independientes le publican con una devoción y un entusiasmo que apenas pueden contener. El editor de Padreoscuro se atrevió a calificar la novela como una «extraordinaria obra de arte»; y Jorge Riechmann y José María Parreño lo eligieron como número inicial de la colección en castellano que ampara la editorial valenciana 7 i mig. Aquí aparece ahora esta segunda edición de Animales, amores, parajes y blasfemias, hecho que en poesía da pie siempre a celebrar —aunque sea simbólicamente— una pequeña fiesta.

«Prólogo». Animales, amores, parajes y blasfemias seguido de El Cielo. Germanía. Azira, 2000.

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