Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

viernes, 28 de noviembre de 2014

ALEGORÍAS DE LA CIUDAD DE LA MIES. «Los puentes de Wheat City», de Joaquín Galán


Joaquín Galán, Los puentes de Wheat City.
Cálamo Poesía, Palencia, 2014

La obra de Joaquín Galán (1940), que por edad pertenece a la generación que se conoce como los Novísimos y de cuyas características le mantuvo alejado su propia voluntad estética, parece en este título con aire inglés reconocerse al fin en aquel lejano cosmopolitismo de los años 70. El gesto posee cierto relieve, porque la construcción poética de Galán empieza siempre desde sus títulos. Los cuatro primeros —Vocación de mar (1966), Los ojos de piedra (1977), Ni el desorden del fuego (1979), El aire original (1983)— nombran, con la paciencia de aguardar casi dos décadas hasta su cumplimiento, los cuatro elementos esenciales del pensamiento occidental (mar, piedra, fuego, aire). Trazan estos títulos un primer ciclo de carácter fundacional, en el que se desgajan las señas de identidad de una existencia en diálogo con el tiempo y de un paisaje característico, el del páramo castellano.  Los dos títulos siguientes forman un ciclo de clara proyección mitológica —La perdición de Ulises (2004), Teseo en el laberinto (2010)—. Y ahora con su séptimo libro, Los puentes de Wheat City, inaugura un tercer período que no dudo en denominar alegórico.
            Las notas que acompañan las secciones del libro establecen el marco de la alegoría: el río del tiempo y entre una y otra orilla, «Entre el ayer y el hoy, se dice, / tienden un puente las palabras». Esta es la poética que pretende Joaquín Galán para este ciclo, la conjunción del pasado y del presente por encima de las aguas de la temporalidad. Cuando ese encuentro se produce, el poeta realiza el encomio de la memoria: «por ti supe, memoria, / quién era, a cada instante». Sin embargo, la mayor parte de los poemas indagan en los conflictos que desencadena en el sujeto la ausencia de esta armonía, es decir, la imposibilidad de cumplir los designios alegóricos: «Y tú… / temes verte burlado en el propósito / de ser, estando al otro lado / sin puentes para regresar».
            Ahora bien, cuando el regreso se produce por las fisuras del tiempo el sujeto poético descubre un inesperado desdoblamiento entre quien fue y quien es. «¿Cómo encarar dos cuerpos / siendo uno y el mismo?» se pregunta en uno de los mejores poemas del libro, «Otro y el mismo», donde dialogan el joven sacerdote que «sale / a la liturgia» de ayer y el yo «transfigurado, sucesivo», del presente. Otro poema, que describe la habitación infantil de la hija, ya mayor, concluye: «al volver, si vuelves, / te encontrarás la niña que tú has sido». Estos encuentros en los alegóricos puentes de la Ciudad de la Mies esbozan también una suerte de biografía del poeta, desde el recuerdo de la última e inútil clase impartida tras una vida de profesor, o la elegía por la muerte de la madre, hasta la visita de la casa familiar, cuyo vacío ahora desazona. Una biografía diseminada entre los poemas con un intenso lirismo.

El Ciervo nº749, noviembre-diciembre de 2014


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