Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

viernes, 23 de mayo de 2014

LA NOVIA DE LA EMOCIÓN. Mary Jo Bang presenta «El claroscuro del pingüino»


Da la impresión de que el editor de kriller71ediciones, Aníbal Cristobo, quiere convertir Barcelona en el centro poético del planeta. No es un propósito que le resultó ajeno a la ciudad, aunque en estos tiempos de decadencia solo quede de aquella época nostalgia o rencor. Hace quince días presentaba un libro de Richard Jackson y ayer, en la Central del Raval, otro de Mary Jo Bang, dos poetas norteamericanos de enorme interés. La antología de Mary Jo Bang, titulada El claroscuro del pingüino, cuenta como aliciente, además, con cinco poemas de un nuevo libro, aún inédito.
    No es la primera vez que Mary Jo Bang lee sus poemas en Barcelona. Estuvo en Laie la tarde del 24 de marzo de 2011. Acababa de publicarse la traducción de un libro con una hondura escalofriante, Elegía (Bartleby Editores, 2010). Fue presentada por Eduardo Moga. Tengo ahora delante alguna de las fotografías que le hice ese día. Llevaba anudado al cuello un pañuelo de cuadrados gris verdosos. Un pañuelo de aire árabe. Con flecos. Tal vez hacía frío aquella tarde. Mary Jo Bang transmite una sensación de fragilidad que inmediatamente salta todas las barreras e instala la expectativa del acto en el terreno de la emoción. Aún más aquel día, en el que presentaba un libro con poemas que arañan la pizarra impenetrable del sentimiento ante la muerte. Y el chirrido de las uñas era perceptible entre los versos. Ojeo ahora Elegía. Veo en sus páginas muchas señales a lápiz, y en la última hoja en blanco indicaciones de páginas, de ideas, de temas, de detalles. Y al final, en una letra que me cuesta incluso comprender, una frase garabateada, también a lápiz: «El esfuerzo por dotar de lenguaje a lo incomprensible, a lo inefable». Es la idea que me quedó de este libro singular. Que posiblemente Mary Jo Bang hubiera preferido no tener que escribir nunca.


    Anoche Mary Jo Bang parecía menos vulnerable. Camisa roja con cuadros negros. Cuello al aire. Mayo. Sonreía, a veces. Pero en cuanto empezó a hablar, la melodía casi escultórica de su voz —volutas de mármol que se extendían a través de la sala— instaló en el acto inmediatamente la inquietud de una expectativa. La originalidad del momento. Aun antes de haber oído lo que quisiera contar a las veinte personas que nos habíamos reunido allí, estoy seguro de que todos éramos conscientes ya y aguardábamos la relevancia de lo que íbamos a escuchar. Una voz corpórea, clara, sin vacilaciones ni inflexiones. La voz, se diría, de un oráculo.
    Y lo que fue contando a propósito de las preguntas —a veces anodinas— que le iban formulando resultó fulgurante. Una auténtica revelación. De cuanto explicó anoche Mary Jo Bang se quedaron flotando en mi cabeza tres ideas. Tres, creo, rasgos característicos de su poética y al mismo tiempo tres concepciones de la poesía que convierten este género ancestral también en contemporáneo. Tres condiciones de la poesía. En la primera recurrió a un símil. Contó que cuando empezó a hacer cursos de fotografía, le pedían que sobre un mismo objeto tirara doce carretes de fotos. El mundo ha cambiado tanto que se vio obligada a especificar que cada carrete servía para 48 fotos. Tener que dar explicaciones de lo que hasta hace poco era obvio da cierto vértigo. Los dos o tres primeros carretes, decía, se hacían fácilmente con los planos convencionales del objeto, pero a partir del cuarto había que romperse la cabeza para encontrar perspectivas no utilizadas. Y esa extenuación fomentaba la auténtica creatividad. Y es cierto, su poesía, que siempre está contemplando la realidad, nace de una visión extenuada de lo real, en los límites de lo que se puede decir. De ahí la extremada novedad —que incluso puede sumir en la incomprensión al lector más convencional— de su escritura. Solo después de agotar todo lo que ella podría decir de un motivo, Mary Jo Bang escribe. Es decir, no dirá nunca nada de aquello que se espera que pueda decir. Y al contrario, lo que diga, difícilmente sabremos integrarlo en un discurso poético previo, protocolario. La poesía que en época contemporánea no actúe así podrá tener éxito, pero no será poesía. Morirá con el poeta y sus convencionales lectores.
    En respuesta a otra pregunta contó que cuanto le ha ocurrido, lo que ha oído, lo que ha vivido o leído, todo está presente en el momento de escribir el poema y todo es siempre susceptible de aparecer —aquí he estado a punto de colocar el verbo aflorar, aunque al final me ha parecido cursi— en el poema. Incluso aquellas vivencias que se consideran habitualmente no poéticas. En especial estas, me gustaría añadir. Esta idea parece obvia, pero no lo es. Aunque se debata muy poco, el borgeanismo de las poéticas finiseculares ha establecido un mecanismo de escritura implícito al poema opuesto a lo que confiesa la poeta norteamericana. En el espejo de Borges, y autores semejantes, se prima la selección de materiales biográficos, la estilización del tema, la potenciación y concentración del motivo, a veces hasta el límite de la artificiosidad. De ahí lo relevante de las palabras de Mary Jo Bang: en los colores de sus poemas no hay un único y privilegiado pigmento, sino múltiples residuos de otros colores. De ahí su riqueza. Veta cuya exploración dotará de mineral valioso a la poesía contemporánea, empobrecida en ocasiones por tanta escritura arquetípica. Y arquitectónica.
    En tercer lugar, la poeta del claroscuro del pingüino nos confesó, a los escasos reunidos para oírlo, que cuando escribe un libro va dejando que este crezca dentro de ella, hasta que incluso llega el momento en el que se siente totalmente sobrepasada por el libro. Sensación que transmite, como un virus de la creatividad, a sus lectores, que con frecuencia se sienten también absolutamente sobrepasados por el libro que están leyendo. Sin esta experiencia que rompe y rebasa los límites de la racionalidad de la época, la poesía no es nada. Apenas un juego trivial. Sin esta concepción visionaria de la poesía, la poesía contemporánea se convierte en un pasatiempo.

    Tres lecciones de lucidez. Mary Jo Bang ha pasado un día de mayo por la Central del Raval. La memoria se fragua en tardes como esta.

[Inédito]

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