Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

viernes, 8 de noviembre de 2013

SINÉCDOQUES DEL AMOR. «Falsa pimienta», de Amalia Bautista, en Renacimiento


Falsa pimienta Amalia Bautista
Renacimiento. Sevilla, 2013
  
Con sigilo ha ido construyendo Amalia Bautista (1962) una obra poética que posiblemente se convierta en un referente de su época. El primer libro, Cárcel de amor, en 1988, un escueto volumen de apenas 29 poemas, casi quedó sepultado por el aluvión de novedades de una poesía entonces en ebullición que reivindicaba la línea clara, la dicción figurativa y apelaba a la realidad como emblema. Aquellos poemas de juventud tenían algo más de cultura y de lecturas —como delata el título— que de realidad, pero no pasó desapercibida su maestría para convertir los versos de metro tradicional en un flujo verbal transparente y diáfano, a veces con un punto borgiano,  al mismo tiempo coloquial y culto. Los dos primeros versos de aquel libro inicial parecieron entonces, tal vez, excesivamente literarios: «Yo no soy de ese tipo de mujeres / incapaces de amor y de ternura». Hoy son un lema que ilumina su obra. Mientras aquella efervescencia de los ochenta, que reivindicaba la experiencia, tantas veces se revistió con el hojaldre de lo inauténtico, la poesía de Amalia Bautista, en los pocos títulos que le siguieron —reunidos en Tres deseos (Renacimiento, 2006)—, supo ajustar paradigmáticamente su poética a su biografía y extraer de ese binomio un pensamiento amoroso que, por haber atravesado todos los trances del amor —el enamoramiento, sí, pero también las separaciones, «las hijas», las ausencias, la soledad, y nuevamente el enamoramiento— elevan su poesía a una de las expresiones más intensas en la poesía contemporánea «de amor y de ternura».
                Falsa pimienta es, como evoca un poema del libro, el nombre de una planta de hermosas flores que al tocarlas «descubren el tacto de la seda / y el tacto de tus labios cuando besan mis hombros». La poesía acaso también sea como esta falsa pimienta, capaz de «descubrir» lo conocido y lo vivido. Uno y otro son los dos protagonistas temáticos del libro. Lo conocido es Madrid, «Doméstica sede» recreada en la primera parte. Lo vivido es un amor evocado en sus dos vertientes: la concreta de la vivencia y la más abstracta —que denomina con certeza «La pertenencia»— de la teoría del amor.
                Algunas palabras de índole poco realista, como «ángeles», «prodigios» o «fantasmas», le sirven a Amalia Bautista para situar el punto de vista realista desde donde arranca su visión de la ciudad. Un poema lo señala con precisión: mientras otros hablan de paisajes, colores o magias que han visto, «resulta que aquí, al lado de mi casa, / puedo ver que los ángeles se miran / en el espejo de los charcos». A partir de este «aquí» la ciudad de cada día, Madrid, ofrece todas las maravillas: la primavera urbana, flores en la floristería del barrio, el azul del cielo… y también el hechizo de los encuentros: «Tú, que no me preguntas donde vivo, / mereces la respuesta más que nadie: /… / Allá donde tus ojos me den alas». Pero existen las «sucias aguas subterráneas», «las basuras», «la sumisión»… «Esto es también Madrid. O simplemente / estaba hablando de mi alma». Hablar de la ciudad es «también» situarse ante un espejo.
                Los poemas «de amor y de ternura» de las dos siguientes secciones culminan una poética amorosa al cabo de la edad y de la experiencia, en lucha perpetua con los miedos y las «cicatrices», pero al fin encandilada solo con «los ratos que hemos podido vernos, / hablarnos, sonreírnos, hacernos el amor, acariciarnos…». Es decir, el amor entendido como sinécdoque del amor. Clave también de su poética, construida desde el tacto de un pétalo o desde el ángel que se mira en un charco.

Quimera nº 360. Noviembre, 2013

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