Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 20 de enero de 2015

DIARIO DE UN INICIO. Un libro de Arnaldo Calveyra


[El pasado jueves 15 de enero falleció en París el poeta argentino Arnaldo Calveyra, una de las voces más relevantes de la poesía en lengua española durante el siglo XX. El presente texto se escribió como prólogo en 2004 para acompañar la edición española de Diario del fumigador de guardia, un libro de estremecedora belleza que el editor español que cuidaba la edición no envió nunca a imprenta. El libro tuvo aún que esperar a 2008 para aparecer, dentro de la Poesía reunida, por primera vez en la lengua en la que fue concebido y escrito.]

La convulsa historia de Argentina durante las últimas tres o cuatro décadas del siglo XX, unas veces por razones políticas, otras económicas, ha desencadenado una diáspora que ha tenido, junto a las de índole social y humana, consecuencias y desajustes también en el ámbito cultural y literario. Y si bien es verdad que muchos escritores argentinos han acabado encontrando en España un medio natural para dar a conocer sus obras, en el caso de Arnaldo Calveyra, que reside en París desde 1961, esta normalidad sólo la ha conseguido en lengua francesa, en la que, traducidos, se han publicado sus libros. Y uno de estos títulos, que apareció en su versión francesa en 1987 como Journal du dératiseur, es precisamente Diario del fumigador de guardia.
Arnaldo Calveyra nació el día 23 de febrero de 1929 en Mansilla, localidad de la provincia argentina de Entre Ríos. Estudió en La Plata y durante los fines de semana acudía a la casa del poeta Carlos Mastronardi, también entrerriano, y de su mujer, la traductora Valentina Bastos, en Buenos Aires. Su formación poética, filosófica y humana tal vez le debió más a estas visitas y a los largos paseos con Mastronardi por los barrios de la capital que a las clases de la Facultad de Humanidades. En 1959 disfrutó de un beca en París, ciudad donde se proponía estudiar durante unos meses a los trovadores y que acabó siendo, dos años después, su lugar definitivo de residencia.  Ese mismo año de 1959 se publicaron sus dos primeros libros: los poemas en prosa de Cartas para que la alegría y la pieza teatral El diputado está triste.  La siguiente publicación, otra obra dramática, Moctezuma, debió esperar diez años, y sólo fue editada en la versión francesa por Gallimard, que en 1971 daría a luz otra pieza, Latin American Trip, cuya edición original aparecería en Venezuela, en Monte Ávila Editores, nada menos que siete años más tarde. 
A Francia le llevó el interés filológico, pero le retuvo su propia obra poética a la que, gracias a las becas, podía ofrecer el mayor tiempo posible. Un tiempo difícil de conseguir en Argentina, donde impartía 40 horas semanales de clase en secundaria.  París fue para Calveyra, sobre todo, la oportunidad de escribir. Desde 1983 ha publicado sus nuevos títulos en la prestigiosa editorial Actes Sud, tanto de poesía como de teatro y narrativa, pues tres son los géneros en los que se ramifica su obra literaria; en los tres con análoga intensidad estilística, pues se advierte en Calveyra la convicción previa de que la escritura, sea de un poema, una pieza teatral o un relato, se hace con palabras, y estas merecen ser tratadas siempre con el máximo rigor. En broma suele afirmar que llegó tarde al reparto de géneros.
Dos de sus libros han sido publicados en España antes del presente Diario del fumigador de guardia. En 1990 apareció la novela La cama de Aurelia (Plaza & Janés), y en 1997 el libro de poemas El hombre del Luxemburgo (Tusquets Editores). Este es uno de los títulos fundamentales de su período de madurez. Es difícil establecer en Calveyra ya no sólo un perfil evolutivo sino una simple cronología poética, pues las fechas de aparición de sus libros no se corresponden con las de escritura; a veces entre una y otra median décadas. A grandes rasgos, sin embargo, cabe agrupar, en primer término, sus dos primeros títulos iniciales –Cartas para que la alegría (1959) e Iguana, Iguana (1985). Ambos, concebidos como poemas, están resueltos con una escritura híbrida, a medio camino entre el relato y el poema; género que le debe su condición, sin duda, a los Pequeños poemas en prosa de Charles Baudelaire, donde la intensidad prima sobre cualquier otro rasgo formal que pueda emparentarlos con la narración. Después de estos dos libros, los siguientes, escritos ya en el tono elíptico y acerado que le va a caracterizar,  corresponden cada uno de ellos a una experiencia existencial: Diario del fumigador de guardia —la iniciación—, El hombre del Luxemburgo —la soledad—,  El libro del espejo (edición bilingüe en Actes Sud, 2000) —la  escritura—, El libro de las mariposas (publicado en Alción editora, Córdoba, Argentina, 2001, aunque su redacción se remonta a los años 50) —la elegía— y, el más reciente, Maizal del gregoriano (Actes Sud, 2003) —la emoción artística—.
Diario del fumigador de guardia es un libro de iniciación: en la sociedad, desde sus márgenes más extremos, y en la poesía. Aunque también podría enunciarse al revés: en la poesía y en la realidad más agreste, porque la frontera entre ambas no siempre es perceptible —felizmente— en el sujeto que construye este libro: «Me tiendo en cubierta, no a descansar sino a aguardar la irrupción de la memoria». Sobre un engaste eminentemente narrativo —las experiencias del trabajo portuario de fumigador de buques— y un contexto ambiental con claros rasgos expresionistas —un paisaje deteriorado («el trabajo de la fealdad sobre la costa») y la obsesión por las ratas que debe perseguir («Una vez más y toda la noche, a causa de estos sucesos, estrelló un cielo de ratas»)—, va surgiendo, se modula y cobra consistencia la voz; al principio esta aparece mezclada con otras voces («subimos... inyectamos... Mis compañeros se divierten...»), poco a poco empieza a singularizarse a través de la imaginación («el relato que iba imaginando con el mero latido de mis pasos...»).  El contraste, o mejor, la colisión entre lo imaginado (la realidad tal cual es en su idealidad) y lo vivido en la experiencia diaria de la fumigación de roedores y de insectos crea la voz personal: «Para retocar tu infancia salen en pandillas [las ratas] a agonizar en los muelles.  / No, no escuchemos al viento».  Voz que es al mismo tiempo conciencia de lo real y construcción agónica de una poética: «y mi amigo me dice: “no escribás la palabra ruiseñor, en Argentina no hay ruiseñores”» [...] «¿Y cómo hacer si en mi mente están volando ruiseñores?». 
Es este, por lo tanto, un diario de iniciación en la vida, en una sociedad que se imbrica con arduos trabajos de fealdad,  y en la poesía, es decir, en la conciencia del diálogo que establece un sujeto, que vacila y crece, a dos bandas: con la realidad y con la idealidad. Doble juego que desde este libro va a marcar el desarrollo su poesía, situada siempre y a la vez en el tiempo real y en el tiempo ideal, ambos irrenunciables en la percepción y comprensión del universo. Esta es la experiencia existencial que nutre el impresionante Diario del fumigador de guardia que Arnaldo Calveyra empezó a escribir en 1951, con veintidós años, poco después de haber trabajado de fumigador en el puerto de Buenos Aires como una clara opción política de rechazo al peronismo (la adhesión al sistema le hubiera facilitado sin duda ocupaciones menos insalubres y peligrosas), que concluyó en París, en 1983, y que sólo ahora, veinte años después, se publica en España en su lengua original; y este hecho para un poeta que ha  afirmado: «el castellano sigue siendo la principal curiosidad en mi vida», no deja de ser, pese a la tardanza, motivo de celebración.

[Inédito]

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