Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

domingo, 7 de mayo de 2017

El poema en prosa según Alberto Tugues


DISTRITOS POSTALES PARA AUSENTES, de Alberto Tugues 
Los libros de la frontera, El Bardo, Barcelona, 1998 

La intuición del poema en prosa se ha de rastrear en épocas de mucha prosa entre los versos. Y en épocas también de espíritus inquietos. En una encrucijada de géneros, tal vez Noches lúgubres (1789) de José Cadalso sea un precedente de relieve, sobre todo porque una década más tarde Novalis confirmaría en Himnos a la noche (1800) esa línea de poesía que prefiere la prosa para expresarse. Más tarde Baudelaire le dio el nombre y Rimbaud la trascendencia literaria. 
    En la tradición española hay dos libros notables, ya en el siglo XX, que conforman el modelo del poema en prosa: Diario de un poeta reciencasado (que combina prosa y verso libremente) donde Juan Ramón Jiménez da cuenta día a día de su viaje de bodas a Estados Unidos; y Ocnos, libro en el que Luis Cernuda recrea ambientes de su infancia y juventud. 
   Estas referencias son útiles para enmarcar Distritos postales para ausentes, puesto que Alberto Tugues (Barcelona, 1947) –que las conoce bien— consigue darles la vuelta. El antirromanticismo de su escritura resulta evidente en el uso sistemático de la tercera persona y en la frialdad y distancia de cuanto se narra. Un poema, «Arrugas de papel», plantea incluso una delicada parodia del romanticismo. Más interés tiene comparar este libro con el modelo establecido por el Diario y por Ocnos. En ambos casos el poema en prosa aparece justificado temáticamente por un desplazamiento; bien en el espacio (el viaje), bien en el tiempo (la niñez). Y ese desplazamiento crea un vínculo estilístico con el género que se utiliza. En los poemas en prosa de Tugues, espacio y tiempo son magnitudes que cuando toman cuerpo en la realidad inmovilizan al individuo, detienen irremediablemente el curso de su vida. 
     Un poema empieza así: «Desde aquel lunes húmedo, en que prefirió dejar de hablar y no defenderse más, vive acurrucado todo el tiempo en el bordillo de una acera, como un juguete de latón abandonado».   Las vidas anónimas que colecciona Tugues con espíritu desapasionado y paciencia de copista se resuelven en un instante, y sus efectos —la postración— se alargan al resto de la vida: «cruzó la calle solitaria, miró hacia atrás, dudó un momento (no sabemos por qué), y fue entonces cuando la realidad se volvió más extraña». 
    Sobre el género de Distritos postales para ausentes cabe añadir algo más. Que sean considerados poemas en prosa y no relatos breves se debe a dos circunstancias. Una externa, la voluntad de ser poema que muestra el haber elegido para su edición una colección de poesía, o el nombrarlo así en el libro: «la estancia vacía de este poema en prosa». La otra es interna, pues estos textos buscan el mismo efecto paradójico, abierto y connotativo que persigue la lírica —pese a los subterfugios gramaticales donde se agazapa.
    Los poemas en prosa de Tugues discurren en un medio urbano trazado con escasos elementos: calles, esquinas, jardines, claustros y sobre todo aceras. El paisaje se completa casi siempre con los «vecinos» del personaje, de quien se narra en unas pocas líneas —siempre en tercera persona— el conflicto central de una vida, esa irrupción del tiempo o del espacio que le inmoviliza para siempre. Lo mejor del libro es que estos escasos elementos se repiten con la misma insistencia que la ciudad ampara todos los movimientos, pero no hay en los poemas dos vidas ni siquiera parecidas. Ahí es donde prende la seductora imaginación del autor. Esta poética de pocos elementos y reiterados, mínimos en suma, se podría denominar perfectamente minimalista; siempre que esta palabra le resulte simpática a quien la pronuncie y señale esa capacidad de la literatura contemporánea para crear significados poéticos ilimitados con un número ínfimo de elementos lingüísticos. 

[El Ciervo nº 566. Mayo de 1998]

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