Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

sábado, 17 de diciembre de 2016

MIRADA DE AFORISTA. Los aforismos de Dionisia García


Cuando me he detenido frente al estante donde guardo los libros de Dionisia García, con la esperanza de que alguno de ellos reclamara mi atención, entre un volumen más grueso, otro más dorado y  algunos más altos, curiosamente me he fijado en el más bajo. En el de tamaño menor. Lo he sacado del estante, lo he abierto al azar y he recordado que también era el que contenía, entre todos sus títulos, los textos más breves de la autora. Sus aforismos. Es el segundo volumen que publica con aforismos, tras Ideario de otoño (1994). Esta condición menuda del libro que me ha elegido para que me fije en él, sin embargo, pronto me ha sugerido una metáfora con la que aumentar su importancia. También los frutos, por grandes y jugosos que sean, tienen siempre una parte mínima, necesaria para seguir naciendo. Las semillas. ¿Será El caracol dorado (Renacimiento, Sevilla, 2011) el núcleo seminal de la obra literaria de Dionisia García?, me he preguntado. Y de pronto ha sabido de qué iba a hablar.
            Entre los elementos que conforman la poesía de Dionisia García, desde sus orígenes, aparece una sensibilidad gnómica. A veces se manifiesta a través de las preguntas retóricas, que actúan como figuras que concentran la expresión: Un aire fresco me hizo preguntar: / ¿estará aquí la verdadera melodía? («Eheu, fugaces…», 1976).  En otras ocasiones introduce pequeños aforismos en el interior de los poemas; por ejemplo, en «El hombre y el toro» (1978) se lee el siguiente dístico: Un hombre enjaezado / acrece su arrogancia. Lo cierto es que este tono gnómico, presente desde el inicio de su obra, se ha ido acrecentando con el paso de los títulos, y en el último, Señales (2012) es ya una característica integrada en su poética. Léanse como ejemplo solo dos versos; el último del primer poema (Para el ayer el llanto.), que concentra el significado no solo del poema que cierra sino de todo el libro que abre, y el primer verso del segundo poema (Nos vigila el poema y nos redime.), que constituye en sí mismo casi una poética. No resulta baladí, por lo tanto, vincular El caracol dorado [2005-2011] con la obra poética de Dionisia García, que en su conjunto ha integrado lo gnómico como un elemento característico, y en este volumen lo ha desarrollado como género literario: el aforismo.
            Ambas presencias de lo gnómico, como característica y como género, suscitan una nueva cuestión: ¿en qué aspecto se relacionan o potencian la poética de Dionisia García? Se ha utilizado con frecuencia el término «experiencia» para definir algunos aspectos de su generación. La controversia que durante décadas ha rodeado este concepto aplicado a la poesía desvirtúa su uso. Sin embargo, es necesario recurrir a él para comprender el crecimiento de lo aforístico en la obra de la poeta. Por «experiencia» la lengua castellana señala dos significados que en cierto modo se oponen. Tanto se puede denominar «experiencia» a un acontecimiento («Hecho de haber sentido, conocido o presenciado alguien algo», dice la RAE) como a un conocimiento adquirido en el curso del tiempo («Práctica prolongada que proporciona conocimiento o habilidad para hacer algo», según la RAE). En ocasiones se mezclan y confunden ambos sentidos, y se trata como poesía de la experiencia aquella que relata hechos. La experiencia de donde deviene el conocimiento es, claro, la que emana de la segunda definición. Toda la poesía de Dionisia García está escrita para obtener un conocimiento de la vida. Así se podría enunciar el motivo nuclear de su actividad poética. Los hechos que contienen los poemas, ya sean descripciones, pequeñas narraciones, evocaciones, retratos, reflexiones…, son convocados para ser un «mirador» de la vida, para construir un «refugio» y para acompañar la «espera», tal como señala el cuarteto final de un hermoso poema de amor, «El tiempo de una espiga»: Desde este mirador que nos convoca, / seamos el refugio de todas las paradas: / demos al beso el tiempo de una espiga, / y al silencio, la lumbre de la espera. Esta triple condición donde ubica el amor y la poesía —«mirador», «refugio» y «espera»— traza también las pautas del conocimiento poético: su objetivo como observadora de la vida, su valor como remedio, su conciencia como temporalidad. Y en este proceso prende lo gnómico como el fruto del cumplimiento, la obtención del conocimiento al que se dirige la propia experiencia poética. Lo gnómico es al mismo tiempo compañía (apunte, anotación…) y resultado (verso, aforismo…) del proceso de conocer la vida a través de la poesía.
            El caracol dorado distingue dos subgéneros. A uno le denomina «Confidencias» [C], al otro «Artificios» [A]. La distinción es extremadamente lúcida sobre su propósito. Unos aforismos, las confidencias, acompañan el desarrollo del pensamiento y por ello resultan formalmente más heterodoxos, a veces son meras conjeturas, frases entrecortadas o preguntas (¿Qué harían los artistas sin la melancolía? C-54). Otros aforismos, los artificios, se ajustan al canon del género literario, confirman un pensamiento y lo afirman con el carácter de sentencia que la tradición exige (Quienes confunden tristeza con melancolía, deberían investigar A-274).
            El alzado temático en detalle del conjunto de aforismos, un total de 722 entre las dos partes del volumen, resultaría prolijo en exceso. El propio género tiende a no establecer límites temáticos en su propia definición. No obstante se pueden trazar con cierta facilidad las líneas argumentales principales. La primera la constituyen los aforismos sobre la condición humana, y están presentes de manera homogénea en ambas secciones. Constituyen este subconjunto temático los textos que con mayor fidelidad interpretan las características tradicionales del género, y al mismo tiempo permiten comprobar su condición de conocimiento condensado a través de la experiencia vital en el curso del tiempo. Por ejemplo, y en cada uno de los subgéneros: Tener conciencia de nuestra ignorancia es un buen comienzo y fin (C-106), o  Quien acecha la vida de los otros pierde la propia (A-368).
            En segundo lugar cabe señalar los textos sobre el juico de la sociedad del presente, sus características, su organización o su devenir. A veces este apartado se amplía en el tiempo hacia la historia, en otras ocasiones se concentra en aspectos concretos, como puede ser el uso del lenguaje o las particularidades de la sociedad literaria y los poetas. Hay en este apartado temático una clara voluntad de intervención, de inconformismo y de rebeldía ante las imperfecciones de lo social. Como ejemplo citaré dos aforismos que muestran su especial sensibilidad hacia la materia prima de su condición de poeta, el lenguaje; el primero, una «confidencia»: Observo la expresión «de que» en algunos escritores notables y se me viene abajo el texto. Manías del oficio. (C-111); el segundo, un aforismo con la rotundidad que da el cincel sobre el mármol: La obviedad paraliza el lenguaje (A-385).
            Un tercer círculo temático está formado por los aforismos de carácter personal. Unos son recuerdos. Entreverada entre los textos gnómicos se puede leer una breve autobiografía de la autora. Hay también múltiples aforismos sobre escritores, amigos, lecturas literarias o gustos artísticos que forman parte de este capítulo, al que se suman también sus reflexiones sobre ideas fundamentales, como la tristeza, la belleza, el amor… y en especial el paso del tiempo y la desaparición de un mundo. Hay pocos aforismos, sin embargo, vinculados al ámbito familiar, pero cuando aparece alguno, su lucidez deslumbra: El nacimiento de un hijo cambia nuestra manera de ver el mundo (C-213).

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