Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

miércoles, 30 de noviembre de 2016

OTRA VIDA. «Elegía», de Mary Jo Bang


Mary Jo Bang, Elegía
Bartleby Editores, Madrid, 2010

En el siglo XV, Jorge Manrique mostró la capacidad poética que posee una experiencia situada en el límite del entendimiento humano y su exigencia de comprensión al lenguaje. En aquel siglo sus coplas aniquilaron el asfixiante convencionalismo del amor cortés; en esta época es difícil vaticinar qué lectura futura ha de tener un libro, pero la poeta norteamericana Mary Jo Bang (1946), en su Elegía, busca un propósito similar, situar la palabra en idéntico abismo al que el destino ha colocado al poeta: «Fíjate qué ambiguo llega a ser el lenguaje. / Fíjate qué precisa la intención». La historia literaria guarda especial memoria de los libros elegíacos que se han escrito, tal como el de Mary Jo Bang, ante la que quizá sea la experiencia abisal de la vida: la muerte de un hijo. Giuseppe Ungaretti escribió El dolor tras la pérdida de su hijo de nueve años, y esta es la primera evocación del lector: los versos marmóreos del italiano sobre los recuerdos, la culpa, la caída, la sombra o «la tortura secreta del crepúsculo» forman el paradigma —el abismo— al que el lenguaje se asoma: «la puerta abierta que conduce siempre a la oscuridad».
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«Por un despertar amargo de los recuerdos» había escrito Ungaretti, y Mary Jo Bang da un paso más allá: ahora los recuerdos son la vida —«Tuve una vida»— que sustituye a la vida: «La muerte es / la brusca inversión de un hacia delante. Retroceder a la memoria. A un bol de cereales…» En el recuerdo permanece quien ha muerto, aunque con un nuevo y doloroso atributo: «En el ojo fotográfico de la mente / aún se parecía al que era, pero ya no era más». Ahora, en la nueva vida que la muerte funda, la convivencia entre madre e hijo se convierte en un aciago diálogo entre una persona y una urna: «¿Cómo he podido fallarte así? / pregunta el sujeto / al objeto. El objeto es una urna / de cenizas. Cómo no he logrado salvarte, / muchacho de carne y hueso. Muchacho / compuesto de mente. De años.» Jorge Manrique a partir de los recuerdos dejados en los demás había hablado de la tercera vida de los seres; Mary Jo Bang mira a quien recuerda: su vida a partir del suceso incomprensible será otra, tendrá un sentido diferente, el que se encuentra en la ausencia común —en objeto y sujeto— de sentido: «La urna de cenizas y yo esperamos nuestro turno»..


El Ciervo nº 720 Marzo, 2011
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